Los niños en Gaza intentan sobrevivir entre la violencia, la pérdida y el trauma. Dos años después del inicio del genocidio a manos de Israel, los bombardeos, el hambre y el miedo constante dejan heridas en la infancia que podrían durar toda la vida.
Para un niño, el mundo es un territorio desconocido. Cada rincón, sonido o rostro extraños pueden ser desconcertantes. Por varios años siguen corriendo con torpeza: los pasos cortos y las caídas frecuentes. Pero algunos niños ahora están obligados a correr sin entender a dónde corren, a esconderse de una bomba que no saben muy bien lo que significa.
En Gaza, los niños aprenden a temerle a la muerte, aunque apenas hayan llegado a este mundo. También a mantener la esperanza de que si son atacados, al menos, irán a un lugar mejor. Desde el 7 de octubre de 2023, Israel ha asesinado a cerca de 20.000 niños, según el Ministerio de Salud de Gaza, y otros 42.000 resultaron heridos.
No obstante, según estimaciones recientes de varios expertos, a través de la violencia o de la deprivación, ha matado en realidad a 479.000 niños, de los cuales alrededor de 380.000 tenían menos de 5 años. Las palabras no alcanzan a describir el horror de este genocidio y la cantidad de vidas que ha arrebatado, incluso aquellas que apenas habían comenzado, aquellas que caben en la palma de una mano y están envueltas en papel quirúrgico azul.
Pero, dos años después del inicio de esta brutal ofensiva, ¿qué pasa con los niños que sí consiguen sobrevivir a las bombas, los disparos e incluso la hambruna?
“El impacto en los niños y la infancia va más allá de las lesiones físicas y la propagación del hambre (...) las cicatrices de los niños son profundas e invisibles: ansiedad, pesadillas, agresión, miedo. Muchos se ven obligados a mendigar, saquear o trabajar: una infancia perdida”, advirtió Philippe Lazzarini, director de la agencia de la ONU para refugiados palestinos (UNRWA), desde finales de septiembre. Además, buena parte de los niños que quedan en Gaza han perdido a varios seres queridos, si no es que a su familia entera.
“Había un iPad. También el olor del desayuno que se cocinaba. Y tenía una familia. Después, ya no hubo nada”. Con estas palabras, Alma Ghanem Jaroor, de 12 años, recuerda el día en que quedó huérfana: el 2 pasado de diciembre, cuando empezaba el invierno en el enclave. Desde una tienda en el campamento de Al-Mawasi, donde ahora vive, relata cómo su vida cambió para siempre.
“El impacto en los niños y la infancia va más allá de las lesiones físicas y la propagación del hambre", afirmó Lazzarini.
“Estaba mirando mi iPad mientras mi madre preparaba el desayuno. Vi en la pantalla que eran las 6 de la mañana cuando cayó el primer misil. Nuestro edificio de cinco pisos tembló y había humo”, contó a TRT World.
Alma pasó horas eternas bajo los escombros, escuchando gritos y rezos de algunos de los 40 familiares que perdió. “Vi la hora en el iPad. Había demasiados escombros encima mío, no podía mover las piernas, solo un brazo… Ellos me decían: ‘Alma, ¿eres tú?, ¿estás viva?’. Y luego todos se quedaron en silencio”.En total, más de 17.000 niños han perdido a uno o ambos padres en la brutal ofensiva israelí, una cifra que aumenta constantemente bajo las bombas de Tel Aviv.
De hecho, para abril de 2025, al menos 39.000 niños habían perdido a uno o ambos progenitores en Gaza, según un reporte de la Agencia Palestina de Estadística.
Algunos, como Alma, pasan a vivir en campamentos para huérfanos, corriendo peligro bajo la crueldad israelí. Otros muchos, sin lugar a donde ir, se han visto obligados a vivir en los hospitales. Es el caso de Kinan, un niño de cinco años que, tras perder a todos los miembros de su familia, ahora pasa sus horas en el hospital Al-Shifa de Gaza, como reportó a finales de septiembre la doctora australiana Nada Abu Al-Rub en su cuenta de Instagram.
Por si fuera poco, las circunstancias que catapultan la respuesta de trauma en los niños se ven agravadas cuando estos no tienen a sus padres. Para un niño, los padres son el único pilar firme: un refugio, una fuente de calma y unos brazos que protegen del peligro. “Estos niños viven en condiciones trágicas, muchos de ellos obligados a refugiarse en tiendas de campaña destrozadas o casas destruidas, en una ausencia casi total de asistencia social y apoyo psicológico”, afirmó la Agencia Palestina de Estadística en su comunicado de abril.
Junto con las vidas de sus padres, a los niños se les roba su sentido de la seguridad. “Gaza sufre la mayor crisis de orfandad de la historia moderna”, afirma el documento. Esto hace que los niños enfrenten altos riesgos de explotación laboral infantil, negligencia, hambruna, y trauma mental duradero. Además, el mismo proceso de perder a los padres puede ser excepcionalmente traumatizante para un niño si se tiene en cuenta la crueldad con la que las fuerzas israelíes actúan en el territorio.
Las circunstancias que catapultan la respuesta de trauma en los niños se ven agravadas cuando estos no tienen a sus padres. / Foto: Reuters
Es el caso de Sarah, una niña de 10 años de Beit Lahiya.
Las fuerzas israelíes arrestaron a su padre en noviembre de 2023, poco después de comenzar el genocidio en Gaza. El plan de los soldados era desplazar a las madres y niños al hospital de Al-Shifa. Inocentemente, Sarah quería estar con su padre, así que preguntó a un soldado si este podía acompañarla. La respuesta del militar fue matarlo, delante de sus ojos. "Cuando el soldado de ocupación israelí me vio llorar y negarme a irme, hizo una mueca de rabia, mató brutalmente a mi padre y cruelmente me agarró el pelo desde la frente y me golpeó con fuerza la nuca contra la pared mientras se reía.
Luego me gritó que me fuera con mi madre al hospital Al-Shifa antes de que me matara a mí también”, relató.Una vez en Al-Shifa, la hambruna se extendió en Gaza y la madre de Sarah iba sola a buscar comida para sus hijos. Hasta que uno de esos días, después de noviembre de 2023, murió en un bombardeo. Y Sarah quedó completamente huérfana.
Durante los primeros años de vida, el cerebro de los niños forma más de un millón de conexiones neuronales por segundo, como explica la UNICEF. Estas experiencias tempranas son decisivas para su desarrollo. De ser positivas, aumentan las posibilidades de crecer siendo adultos sanos. Pero en Gaza, la infancia enfrenta eventos que nadie debería vivir.
Youssef tenía 13 años cuando tuvo que huir de su hogar cuando las fuerzas de ocupación invadieron el campo de refugiados donde vivía, en Yabalia, en el norte de Gaza, también en noviembre de 2023. Su familia se refugió en una escuela de la ONU, a donde eventualmente también llegó el ejército israelí. Los soldados detuvieron a sus padres y se llevaron a Youssef, su hermano y otros niños a otro salón de clases. Allí, el pequeño fue desnudado y obligado a ver cómo su hermano Mahmoud era quemado vivo por uno de los soldados.Su madre contó su historia: "Los soldados de la ocupación quemaron a mi hijo.
El hermano de Youssef murió quemado delante de él. A Youssef no se le permitió mostrar su miedo: el soldado lo detuvo solo, desnudo".Ahora, Youssef permanece siempre callado y no muestra reacciones a lo que sucede a su alrededor. Está herido, traumatizado, y sus heridas psicológicas se manifiestan en forma de ansiedad y aislamiento. Tiene miedo al fuego, se muerde las uñas y manos sin parar, se arranca el pelo y tiene dificultades para dormir y comer. El ruido le es intolerable y está siempre solo, antisocial, con las emociones congeladas, rehuye de todas las personas.
Cuando habla, dice: "Lo que más extraño es ir al colegio. Con mi hermano. Y no hacer tanta fila para conseguir pan”.La exposición a la violencia, la pérdida y la carencia de necesidades básicas, como la que tienen que vivir los niños en Gaza, eleva el riesgo de retrasos en el desarrollo, trastornos de salud mental y problemas de conducta que pueden perdurar toda la vida. La ciencia explica que cuando los niños enfrentan este tipo de eventos traumáticos, su sistema nervioso se inunda con la hormona del estrés, el cortisol.
En esos momentos, la corteza prefrontal, responsable de la regulación emocional, se desconecta, y la amígdala, centro del miedo y la alerta, toma el control. Este mecanismo activa la respuesta de “lucha, huida o parálisis”, necesaria para sobrevivir. Sin embargo, cuando este estado se repite sin descanso y sin un entorno seguro, el cerebro se “reconfigura”, dificultando el control de las emociones y aumentando la vulnerabilidad a crisis psicológicas en el futuro.
De hecho, ya para abril de 2024, mientras continuaban los bombardeos y el desplazamiento, UNICEF estimó que el 100% de los niños de Gaza necesitaban apoyo psicosocial y de salud mental.
El portavoz de la organización, James Elder, declaró entonces que "no hay ningún otro lugar en el mundo donde UNICEF haya dicho que todos y cada uno de los niños necesitan apoyo en materia de salud mental", afirmó Elder.
Pero el trauma vivido por el pueblo palestino no va a quedarse solo en el presente. Diversos estudios en epigenética y neurociencia demuestran que el estrés extremo, la desnutrición y la exposición a toxinas dejan huellas biológicas que pueden transmitirse a las futuras generaciones. Según la experta en neurogenética Busra Teke, entrevistada por TRT World, el trauma palestino no puede equipararse al trastorno de estrés postraumático (TEPT) convencional, pues no se trata de un evento que termina, sino de un sufrimiento constante que se ha prolongado por más de 75 años. Por ello, investigadores han acuñado el término “trastorno de estrés traumático continuo” (CTSD), aún más dañino que el TEPT.El estrés crónico afecta la capacidad del cerebro para funcionar con normalidad, debilita el cuerpo e incrementa la vulnerabilidad a enfermedades.
En el caso de los palestinos, se combina el trauma heredado de al menos tres generaciones con el trauma directo que niños y adultos siguen experimentando. Esta doble carga dispara el riesgo de alteraciones psicológicas y biológicas, pues las hormonas del estrés modifican los sistemas del organismo y del cerebro.
A ello se suma la exposición a toxinas y armas como el fósforo blanco, cuyo efecto va más allá de lo inmediato: quema células, daña el ADN y deja marcas epigenéticas en óvulos y espermatozoides, transmitiéndose a descendientes que nunca vivieron directamente la ofensiva.
Palestinos heridos, incluidos niños y bebés, son trasladados al Hospital Bautista al-Ahli después de un ataque israelí. / Foto: AA
Es así que el trauma no solo afecta a quienes lo sufren de primera mano, sino también a quienes lo presencian. Nuestro cerebro funciona como un espejo, especialmente el de los niños. Por eso, observar el sufrimiento de otros, especialmente en los niños, puede activar respuestas de estrés y reacciones biológicas en individuos empáticos. La memoria colectiva se entrelaza con la memoria biológica, de modo que “el trauma secundario puede provocar síntomas psicológicos, fatiga por empatía e incluso cambios biológicos”, dice la experta.
Así, incluso quienes creen estar a salvo pueden portar la huella genética de una violencia persistente.
Hoy, 7 de octubre de 2025, ya han pasado dos años desde que Israel comenzó lo que ahora el mundo finalmente empezó a llamar genocidio contra el pueblo palestino en Gaza. Un infierno para los palestinos. ¿Qué más necesita el mundo ver?
FUENTE:TRT Español y agencia