07 Oct
07Oct

La reconstrucción histórica de Irán durante el último siglo es, en buena medida, la narración de una lucha incesante por la dignidad nacional frente a proyectos de dominación extranjeros y tentativas de fragmentación interna.

Por Xavier Villar

Hoy, la reaparición de la figura de Reza Pahlavi, hijo del último Shah de Irán, como “alternativa” auspiciada desde el exterior, especialmente por Israel, inaugura un nuevo episodio de injerencia que exige ser interpretado con rigor, matizando los riesgos que entraña para la soberanía y la cohesión iraní.

Propaganda y memoria: la instrumentalización del exilio

La popularidad menguante de la nostalgia monárquica dentro de Irán contrasta con los esfuerzos sostenidos desde el extranjero para amplificar artificialmente la figura de Reza Pahlavi. No se trata simplemente de una añoranza nostálgica, sino de una operación política y mediática cuidadosamente diseñada por agencias de influencia extranjeras, que detectan en el colapso del consenso neoliberal mundial una ventana de oportunidad para subcontratar el futuro geopolítico iraní. 

Las campañas digitales, la proliferación de avatares falsos en redes sociales y el uso de inteligencia artificial para diseñar relatos seductores sobre un “retorno monárquico”, constituyen ahora el nuevo rostro de la ingeniería de la desestabilización.

La visita oficial de Pahlavi a Israel en 2023 no puede analizarse como un simple intento de acercamiento diplomático, sino como un movimiento calculado en la lógica de la guerra híbrida, donde la percepción pública opera como un territorio de disputa clave. La construcción de ficciones políticas en plataformas digitales, valiéndose de redes de desinformación estructuradas y ejecutores nativos reclutados específicamente, responde a la lógica de erosionar la legitimidad institucional y civil de la República Islámica y sembrar la idea de que solo una restauración monárquica —y prooccidental— puede salvar a Irán.

Nacionalismo desplazado y colonialidad

El resurgimiento del monarquismo pahlavi, sobre todo entre ciertos segmentos de la diáspora, no puede desvincularse de una profunda alienación histórica: la interiorización de las jerarquías coloniales y la persecución de una validación en el llamado “club blanco-ario” que, desde el siglo XIX, ha condicionado parte del imaginario nacional iraní.

Bajo este marco, lo occidental —y, por extensión, lo israelí— funciona como aspiración política y epistémica, desplazando cualquier raíz de identidad oriental o islámica. 

Esta lógica encuentra continuidad, con perversa coherencia, en la campaña de apoyo al colonialismo sionista y las posiciones de ruptura con la solidaridad entre pueblos sometidos a lógicas imperiales.

La sociología del nacionalismo pahlavi y su deriva proisraelí está explicada ampliamente en trabajos críticos. La hostilidad racista hacia árabes y musulmanes —presentes en la ideología “nacionalista dislocativa”— es la herencia no confesada de la colonización mental: el prejuicio de que la “civilización iraní” es incompatible con el islam y la arabidad, y debe encontrar su redención abrazando Occidente, aún cuando eso suponga la negación de la historia común y la traición abierta a las luchas de los pueblos vecinos.

El arquetipo colonial en la oposición mediática

Frente al arraigo de la República Islámica y su resistencia a los embates de fragmentación, la operación construida en torno a Pahlavi apuesta por el espectáculo mediático y la generación de escenarios virtuales de movilización social. La proyección de “movimientos democratizadores” —inexistentes en la práctica— permite a los actores exteriores justificar posibles intervenciones futuras, sean económicas, tecnológicas o, en última instancia, militares.

La sofisticación de las campañas digitales alcanza niveles inéditos con el empleo sistemático de cuentas falsas, herramientas de inteligencia artificial para la creación de videos manipulados (“deepfakes”) y dinámicas de viralización masiva de mensajes alineados con intereses israelíes. Estas estrategias no solo pretenden generar desafección interna, sino condicionar la percepción internacional sobre Irán, proyectando la imagen de un país sin proyecto propio, necesitado de tutela extranjera y, por tanto, “aptamente restaurable” bajo una figura títere.

Reza Pahlavi y la irrelevancia doméstica

La paradoja más flagrante del fenómeno reside en la notoria desconexión total entre la figura de Reza Pahlavi y los anhelos de la población iraní. No solo no existe base social significativa para el monarquismo en Irán, sino que la memoria histórica nacional asocia el apellido Pahlavi a represión, tortura, corrupción y pérdida de autonomía. Lo que para los diseñadores exteriores es una virtud —la capacidad de Pahlavi de asumir plenamente la agenda occidental— es leído dentro de Irán como una traición y una muestra inequívoca de ausencia de proyecto autónomo de nación.El plan israelí, lejos de buscar una democratización real, persigue la fragmentación y vulnerabilidad estructural de Irán, de modo que el país quede incapacitado para ejercer su papel como actor relevante e independiente en la región. Bajo este prisma, la eventual restauración de la monarquía no es sino un medio instrumental para subordinar la política nacional a los dictados “de los que hasta ayer bombardeaban las ciudades y hoy ofrecen reyes exiliados”. Resulta un insulto a la inteligencia histórica de Irán suponer que el pueblo, después de los sacrificios de la revolución y la guerra, pueda resignarse a regresar a una fórmula que no responde más que a los intereses del exterior.

La lógica autodestructiva del colaboracionismo

Una dimensión aún más preocupante es la disposición de ciertos grupos opositores —en particular los monárquicos pahlavíes— de justificar, e incluso celebrar, la violencia militar de Israel contra la población civil iraní y la brutalidad contra los propios palestinos. Se trata de un fenómeno de desplazamiento identitario extremo, en el que el colaboracionismo, lejos de ser mero oportunismo político, se transforma en una búsqueda obsesiva de aprobación por parte del “blanco Occidente”, aun a costa de abjurar de la propia historia iraní y dar la espalda a las luchas compartidas.Las manifestaciones de odio contra los palestinos en espacios de la diáspora, la presión sobre activistas pro-palestinos y la utilización instrumental de la retórica de derechos humanos para legitimar agresiones militares, revelan que para los sectores pahlavianos no está en juego hoy una alternativa política para Irán, sino una agenda de blanqueamiento geopolítico y social, sin miramientos éticos ni reconocimiento de las consecuencias de largo plazo.

República Islámica y el eje anti-colonial: autonomía bajo presión

La experiencia contemporánea de Irán, articulada bajo la República Islámica, ha de entenderse menos como una simple resistencia estatal y más como un episodio colectivo en la larga trayectoria de las luchas anticoloniales que han marcado el siglo XX en Asia y África. En este sentido, la construcción política post-revolucionaria que sigue vigente en el país representa la materialización de un proyecto de emancipación frente a los intentos persistentes de subordinación y fragmentación auspiciados desde potencias extranjeras.

La centralidad de la autonomía nacional no es resultado de un capricho ideológico sino de una respuesta histórica a la exclusión política internacional y a la presión constante ejercida desde bloques hegemónicos que, como en el caso israelí, buscan redefinir el campo regional según intereses ajenos. 

Ante la ofensiva multifacética – sanciones, campañas de desinformación, operaciones encubiertas para desestabilizar instituciones –, el Estado iraní ha conseguido articular un conjunto de recursos políticos, sociales y estratégicos destinados a blindar la agencia nacional y asegurar que las discusiones sobre el futuro del país se mantengan, prioritariamente, dentro del espacio público y la soberanía popular iraní.En el actual contexto de “guerra informacional” y presión diplomática, la pervivencia de formas autónomas de gobierno en Irán constituye, ante todo, una declaración de intenciones frente al orden global que aún reproduce jerarquías coloniales. La República Islámica ha convertido su posición en un nodo regional de contención ante aquellos proyectos que, bajo diferentes excusas, postulan la reducción de pueblos como el iraní a la condición de destinatarios pasivos de la historia. 

Frente a los nuevos intentos de tutelaje y fragmentación, la apuesta colectiva iraní por preservar sus propias dinámicas políticas y culturales representa una continuidad con los movimientos anti-coloniales previos, y reitera que sólo desde la afirmación de la diferencia y la defensa organizada pueden imaginarse horizontes de justicia y dignidad en el siglo XXI.

Desafío y oportunidad: arquitectura de resistencia

La presión exterior ha reafirmado los consensos nacionales básicos: la defensa de la integridad territorial, la solidaridad regional frente a proyectos coloniales y el rechazo transversal a soluciones impuestas “desde arriba”. La operación en torno a Pahlavi, que ya muestra signos de desgaste y carencia de base social real, debe servir de advertencia: la tutela extranjera, sea bajo fórmula monárquica o tecnocrática, desemboca siempre en la erosión de agencia nacional y la subordinación estructural.

Irán y Palestina

Un aspecto ignorado sistemáticamente por los promotores de la agenda monárquica y pro-israelí es la identidad de destino entre Irán y Palestina. El mismo aparato propagandístico que hoy bombardea a Gaza y promueve el exilio dorado de Pahlavi es el que ayer —o mañana— ve con indiferencia el sufrimiento iraní bajo la lógica de la islamofobia estructural.

La solidaridad manifiesta del Estado iraní hacia Palestina no responde a un capricho o a una instrumentalización coyuntural, sino a una comprensión histórica de lo que representa la colonialidad en la región: la reducción de los pueblos a piezas secundarias en el tablero de poder global, con la consecuente destrucción material y simbólica. La liberación de Palestina está, por tanto, ligada estructuralmente a la supervivencia de una Irán autónoma y soberana, como ha mostrado la historia de las últimas décadas.

Conclusiones: una soberanía en disputa, un futuro en manos iraníes

El caso de Reza Pahlavi como ariete del plan de influencia israelí no es más que un capítulo en una historia mayor: la persistencia, en el siglo XXI, de intentos de manipular, debilitar y subordinar a Irán desde el extranjero. Frente al espejismo de una modernidad importada y a los cantos de sirena del colaboracionismo pahlavi, la defensa de autonomía y soberanía iraní se erige como la única alternativa con coherencia histórica, viabilidad institucional y legitimidad social para enfrentar los retos contemporáneos.

Desenmascarar las operaciones de desinformación, fortalecer el tejido nacional y reivindicar la solidaridad con los pueblos sometidos a lógicas coloniales —comenzando por Palestina— son condiciones imprescindibles para que Irán conserve su agencia y forje un futuro de dignidad, independencia y desarrollo propio. No es solo una cuestión política, sino existencial: la soberanía nunca se delega ni se arrienda. Y la historia, cada vez que Irán se ha mantenido firme, ha dado cuenta de ello.


Xavier Villar

Hispantv

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