28 May
28May

El presidente Erdogan y todos los funcionarios turcos acogieron con satisfacción la decisión del PKK y destacaron la necesidad de incluir a las Unidades de Protección Popular kurdas, como brazo sirio del Partido de los Trabajadores del Kurdistán Turco.

Cuando el líder del Partido del Movimiento Nacionalista, Devlet Bahçeli, anunció el pasado 1 de octubre —cien días antes de la caída de Al-Assad— su iniciativa para resolver democráticamente el problema kurdo, nadie previó que los acontecimientos se desarrollarían con tal rapidez.

Todo culminó con la declaración del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), en la que anunció su disolución y el abandono de la lucha armada contra Turquía, iniciada en agosto de 1984, seis años después de su fundación en 1978.En su comunicado, el PKK hizo un repaso histórico de la lucha kurda contra el Estado turco desde la creación de la república en 1932. 

Instó al parlamento a asumir sus responsabilidades y a trabajar por una solución democrática que incluya el reconocimiento pleno de su líder, Abdullah Öcalan, con facultades para negociar con el Estado.

Además, reclamó revisar no solo la constitución de 1924, que ignoró los derechos kurdos, sino también el Tratado de Lausana, que fijó las fronteras turcas en 1923.Pese a la apuesta por la seriedad de la decisión, persiste la incertidumbre sobre el destino de Öcalan, prisionero desde febrero de 1999, quien podría pasar a arresto domiciliario como gesto para calmar la presión del nacionalismo turco.

El presidente Erdogan y altos funcionarios celebraron el anuncio del PKK, pero exigieron que también abarque a las Unidades de Protección del Pueblo Kurdo (YPG), consideradas su brazo sirio.

Tras 47 años de lucha, el PKK ha logrado una victoria simbólica. Turquía se vio obligada a dialogar, mientras en Siria los kurdos se convirtieron en un actor clave en la arena regional e internacional, con el respaldo de Estados Unidos y la OTAN.

Ese respaldo se consolidó en las conversaciones sobre el posible reconocimiento de autonomía o federalismo kurdo en una nueva Siria. 

El futuro de esta propuesta sigue abierto al debate regional e internacional, especialmente tras la entrega del poder en Damasco a grupos armados encabezados por Hayat Tahrir al-Sham —la antigua Al-Nusra—, aún clasificada como organización terrorista a nivel global.

Esto no ha impedido que capitales occidentales y árabes establezcan contacto con el nuevo liderazgo, al que Washington y Europa desean incorporar a los Acuerdos de Abraham

Paralelamente, se confirmaron contactos entre “Tel Aviv” y tanto Damasco como Ankara, que en su momento amenazó a Hafez al-Assad —por medio de Hosni Mubarak— con invadir Siria si no expulsaba a Öcalan, quien fue obligado a salir del país el 9 de octubre de 1998.Posteriormente, agentes estadounidenses e israelíes lo secuestraron en Nairobi, Kenia, el 15 de febrero de 1999 y lo entregaron a Turquía. 

Pese a ello, el partido no desapareció. Continuó su actividad en el norte de Irak, dentro de Turquía, y en ocasiones en Irán, a través de su rama local, el PJAK.

El PKK supo aprovechar el vacío político y de seguridad al este del Éufrates tras la llamada “Primavera Árabe”, que condujo a Siria al caos actual, impulsado por la intervención directa de Turquía desde el inicio del conflicto hasta la caída del régimen.

El presidente Trump elogió reiteradamente a Erdoğan como “inteligente y astuto” por haber logrado instalar a sus hombres en Damasco. Estados Unidos y Francia fueron claves en reunir al líder de las Fuerzas Democráticas Sirias, Mazlum Abdi, con el presidente transitorio Ahmed al-Sharaa. 

Este último fue recibido por Macron en París y animado a reconocer los derechos kurdos en el este del Éufrates .La posterior reunión de Trump con Al-Sharaa abrió nuevos frentes para Ankara y Riad, a quienes Trump pronto impondría condiciones.

Todo apunta a una mayor cooperación entre Erdoğan y Trump, quien lo recibirá en la Casa Blanca para abordar una solución regional al conflicto kurdo y legitimar a la YPG como aliado estratégico en la lucha contra Daesh.

De hecho, el 20 de octubre de 2019, Trump envió su célebre carta a Erdoğan, a quien instó a “ser razonable y sentarse con Mazlum Abdi” para negociar la situación en el este del Éufrates. Ese mismo mes, el ejército turco entró a la zona, como lo había hecho en el oeste del río en agosto de 2016.

Además, las fuerzas turcas penetraron en los últimos años hasta 100 km dentro del norte de Irak, bajo el pretexto de perseguir al PKK. En ese territorio coordinan acciones con los peshmergas leales a la familia Barzani, duramente criticados por el PKK en su reciente comunicado por sabotear la conferencia en la que se decidió disolver el partido y cesar la lucha armada, sin entregar las armas, algo que Ankara exige de forma categórica.

Simultáneamente, Turquía estrecha lazos con los nuevos gobernantes de Damasco, conocidos por su vinculación con Daesh, tanto directa como indirectamente, y respaldados por potencias regionales y occidentales que compiten por controlar el complejo escenario sirio.

Trump, impulsado por su doctrina evangelista de corte sionista, busca consolidar su control sobre la región a través de aliados que rivalizan por su favor. Lo único que le interesa es asegurar los intereses del ente sionista, aunque critique las políticas de Netanyahu sobre Gaza. 

No olvidemos que recientemente sugirió la expulsión total de la población de esa franja. Queda por verse qué resultados concretos saldrán del encuentro entre Trump y Al-Sharaa, a quien se le pidió reconocer a "Israel" y aceptar sus condiciones. Todo indica que el objetivo de derrocar al régimen sirio era aislar a Damasco de su papel tradicional en la resistencia contra proyectos imperialistas y sionistas, algo que ahora parece más fácil bajo gobiernos islamistas de distintas corrientes.

Trump parece querer abrir las puertas de Damasco a "Israel", como lo hizo el general francés Gouraud en 1920 al pararse frente a la tumba de Saladino. De ahí que París haya sido la primera capital en recibir a Al-Sharaa, mientras Trump anhela que Erdoğan herede el califato otomano y que Mohammed bin Salman respalde públicamente a Al-Sharaa en todas sus concesiones, especialmente en lo relativo a la cuestión kurda que involucra a Siria, Irak, Irán y Turquía.

Esto explica la prisa de Erdoğan por reconciliarse con el PKK, atraer a los kurdos de Siria a su causa y asegurarse su respaldo en futuras campañas para mantenerse indefinidamente en el poder

Lo ha logrado al distanciar a los kurdos de la oposición popular, la cual difícilmente alcanzará sus objetivos mientras Occidente continúe apoyando a Erdoğan, sin que se sepa a cambio de qué.

En última instancia, la clave está en los cálculos tácticos y estratégicos de Washington. Trump no dudará en reconfigurar el mapa regional, incluso si eso implica abandonar a los kurdos en Siria, como ya lo hicieron antes otros gobiernos estadounidenses con las comunidades kurdas de Irán, Irak y Turquía.


AlMayadeen

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