25 Nov
25Nov

Branko Marcetic

Traducción: Natalia López.

Sabemos que Donald Trump estuvo muy cerca de un abusador sexual de menores tan prolífico como Jeffrey Epstein. Pero revelaciones recientes plantean otra pregunta: ¿esa asociación fue utilizada por Israel para acumular influencia y condicionar la política de Estados Unidos?

Con las revelaciones más recientes sobre Jeffrey Epstein, es fácil perderse en los detalles. Hay tanto material interesante y escandaloso en el lote de más de veinte mil correos electrónicos liberados hace algunos días por el Comité de Supervisión y Reforma del Gobierno de la Cámara de Representantes que uno termina pensando: «¿Pará, por qué importa todo esto otra vez?».

Lo más obvio es que se trata de la conducta personal vergonzosa del propio presidente. No quedan dudas de que Trump y sus seguidores más devotos encontrarán alguna forma tortuosa de engañarse respecto de esta nueva evidencia condenatoria de sus lazos con Epstein, igual que hicieron con la carta rara y perturbadora que le escribió a Epstein por su cumpleaños número cincuenta, o con el giro orwelliano de su administración respecto de divulgar lo que tenían sobre el célebre delincuente sexual.

Pero, para cualquiera que todavía se aferre a la realidad, las afirmaciones de Epstein de que Trump «sabía lo de las chicas» o su pregunta a un periodista del New York Times sobre si quería «fotso [sic] de donald y chicas en bikini en mi cocina» aportan una confirmación más de algo que fue parte del registro público durante décadas: que Trump y Epstein fueron muy amigos durante años y que Trump estaba, como mínimo, plenamente al tanto de lo que hacía el pedófilo multimillonario.

Pero también hay una historia mucho más grande acá, centrada en la recolección de información comprometedora sobre personas influyentes, los posibles vínculos de Epstein con agencias de inteligencia y la injerencia de Israel en la política interna de Estados Unidos.

Ya es lo suficientemente grave que el presidente de Estados Unidos haya frecuentado a uno de los abusadores sexuales de menores más prolíficos de la historia y que haya mirado para otro lado ante sus crímenes, si no algo peor. Pero es otra cosa muy distinta si esa relación fue usada por un gobierno extranjero para tener una palanca política con la que influir en la política estadounidense.

Recorramos lo que sabemos. Primero, hace mucho que se acusa a Epstein de filmar o registrar de algún modo a los hombres famosos y poderosos a los que les suministraba chicas. Una denunciante dijo que todas sus casas tenían cámaras ocultas instaladas para espiar y grabar lo que pasaba en los dormitorios y los baños.

El productor de CBS ganador del premio Peabody, Ira Rosen, que trabajó veinticuatro años en la cadena, afirmó que la cómplice de Epstein, Ghislaine Maxwell, le dijo de manera directa que Epstein tenía videos tanto de Bill Clinton como de Trump. Entre la evidencia incautada en las propiedades de Epstein había pilas de carpetas llenas de CD etiquetados con nombres de personas que no se nos permite conocer.

Segundo, hace mucho que circula el rumor de que Epstein era un activo de inteligencia, específicamente de Israel. Unas fuentes le dijeron a la periodista Vicky Ward hace algunos años que Epstein habría comenzado a trabajar para Israel en los años ochenta, después de desempeñarse como traficante de armas, y el hallazgo de un pasaporte falso y dinero en efectivo en su caja fuerte pareció reforzar esa sospecha.

Más recientemente, Drop Site hizo el mejor trabajo periodístico sobre este tema, publicando una serie de notas basadas en un lote de correos filtrados del ex primer ministro israelí Ehud Barak (asociado de Epstein), que muestran el trabajo que este hacía para el gobierno israelí. Eso incluyó: hospedar repetidamente a un oficial de inteligencia militar israelí y asistente de Barak que estaba en Estados Unidos por asuntos oficiales; trabajar con Barak para asegurar acciones contra adversarios de Israel, ya fuera un bombardeo estadounidense a Irán o apoyo ruso para un cambio de régimen en Siria; o intermediar acuerdos de seguridad entre Israel y Mongolia y Costa de Marfil.

A medida que estas historias se acumulan se vuelve cada vez más difícil negar que Epstein fue, como mínimo, un activo de la inteligencia israelí.

Tercero, sabemos que Epstein utilizaba información comprometedora sobre personas poderosas como moneda de cambio. Esta última tanda de correos muestra, por ejemplo, a Epstein y al escritor Michael Wolff discutiendo cómo el pedófilo multimillonario podía aprovechar mejor lo que sabía sobre Trump para beneficiarse, mientras su ex amigo competía por la nominación republicana. Varios correos muestran a Epstein intercambiando información sobre Trump con líderes mundiales. Hace dos años, la propia vocera de Bill Gates reveló que Epstein había intentado usar su conocimiento sobre la aventura del fundador de Microsoft para amenazarlo.

Cuarto, sabemos que así es exactamente como operan los servicios de inteligencia israelíes y el Estado de Israel en general. Funcionarios estadounidenses se quejaron durante décadas del espionaje agresivo que Israel lleva adelante contra ellos y contra Estados Unidos en su conjunto para interferir en la política del país, un espionaje que a veces incluyó colocar micrófonos en habitaciones de hotel y suministrar drogas y mujeres a funcionarios de visita. Israel hace lo mismo con los palestinos: los espía y los chantajea con información sobre su conducta sexual para convertirlos en informantes.

Lo más impactante es que un exeditor del conservador Weekly Standard contó que el futuro primer ministro israelí Benjamin Netanyahu en una ocasión amenazó de manera indirecta a Bill Clinton con cintas de sus conversaciones embarazosas con Monica Lewinsky para lograr que liberara a un hombre que cumplía condena por vender secretos militares estadounidenses a Israel. 

Esa afirmación explosiva fue corroborada por varios hechos: que Lewinsky declaró que Clinton le dijo que «sospechaba que una embajada extranjera (no especificó cuál) estaba interviniendo sus teléfonos»; que se lo dijo poco después de reunirse con Netanyahu en la Oficina Oval; y por artículos de la época sobre los «intercambios acalorados» y «discusiones tensas» entre ambos que casi hicieron naufragar la firma de los Acuerdos de Oslo, después de que un levantamiento dentro del aparato de seguridad nacional llevara a Clinton a revertir la decisión de indultar al espía.

A esta altura uno empieza a pensar en la actitud servil y, a menudo, embarazosa que Trump mostró hacia Netanyahu e Israel durante el último año: llegó al poder con una plataforma «America First» y la imagen de un líder implacable y, una vez en el cargo, la dejó de lado repetidamente en beneficio de Israel, permitiendo que Netanyahu lo pasara por encima sin resistencia.

Por supuesto, no hace falta el fantasma del chantaje para explicar la extraña obediencia de los legisladores estadounidenses hacia Israel, especialmente en un sistema de financiamiento político cada vez más abiertamente corrupto. Pero, a medida que esta información se acumula, uno empieza a preguntarse si Netanyahu hizo algo parecido hoy a lo que supuestamente hizo con Clinton hace muchos años, o si ni siquiera necesita hacerlo, dada la posibilidad de que algo comprometedor haya pasado de Epstein al gobierno israelí y contando con la ansiedad palpable del presidente ante la posibilidad de que el público conozca más sobre su amistad con el difunto pedófilo.

En muchos sentidos, el problema acá ni siquiera es Trump. Es el hecho de que el establishment político estadounidense le dio durante años carta blanca a un gobierno extranjero para entrometerse en sus asuntos y creó un sistema corrupto y dominado por el dinero, lo que le ofreció a Israel y a otros Estados poco presentables las condiciones perfectas para explotar y aprovechar el poder estadounidense. 

En este caso, el vector puede haber sido Epstein y el modo en que usó su enorme riqueza para atraer a personas influyentes y poderosas a su red. Pero, si nada cambia, queda prácticamente garantizado que alguna versión de esta intromisión y esta influencia encubierta seguirá ocurriendo una y otra vez, incluso con Epstein muerto y con Trump, eventualmente, fuera de la vida política.


Branko Marcetic

Redactor de Jacobin Magazine y autor de Yesterday’s Man: The Case Against Joe Biden (Verso, 2020).


Comentarios
* No se publicará la dirección de correo electrónico en el sitio web.