15 Dec
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Con el aumento de los intentos de suicidio y miles buscando ayuda psicológica, expertos alertan de que el ejército israelí se quiebra por el peso moral del genocidio en Gaza, con consecuencias duraderas para la sociedad.

A 26 meses desde que empezó el brutal genocidio de Israel en Gaza, una brecha silenciosa avanza dentro del propio ejército israelí: el aparato militar atraviesa un colapso psicológico de gran magnitud.

De acuerdo con datos del Ministerio de Defensa, más de 85.000 soldados han solicitado tratamiento psicológico desde octubre de 2023, la cifra más alta jamás registrada en la historia del país. Al mismo tiempo, los suicidios han alcanzado su nivel más elevado en 13 años. Entre enero de 2024 y julio de 2025, al menos 279 soldados intentaron quitarse la vida.

Todo ello ocurre en paralelo a una devastación sin precedentes en Gaza. Desde octubre de 2023, el ejército israelí ha matado a más de 70.300 palestinos, en su mayoría mujeres y niños, y ha herido a más de 171.000 personas, según las autoridades sanitarias de Gaza. Así, la violencia masiva y prolongada no solo ha destruido ciudades enteras, sino que también ha dejado secuelas profundas en quienes la ejecutan.

En este contexto, la semana pasada un oficial de la reserva de la Brigada Givati murió por suicidio tras sufrir un “grave deterioro psicológico”. Poco antes, otro soldado, de solo 21 años, declaró ante legisladores que su participación en el genocidio lo había llevado al límite. “Soy un cadáver andante”, dijo, en una frase que describió el estado de muchos de sus compañeros.

Para explicar por qué estos testimonios se repiten con creciente frecuencia, los psicólogos recurren al concepto de “lesión moral”. No se trata, subrayan, del miedo clásico al combate, sino del daño que aparece cuando una persona siente que ha cruzado una línea ética imposible de revertir.

“La lesión o daño moral se refiere al sufrimiento provocado por la exposición a actos moral y éticamente cuestionables; en este caso, un genocidio”, explica la psicóloga Asude Beyza Savas. En ese sentido, diversos estudios sobre el servicio militar muestran que la exposición prolongada a situaciones extremas desempeña un papel clave en la ideación suicida entre los soldados.

Además, cuando esa experiencia va acompañada de culpa, el impacto se intensifica. “La exposición a eventos potencialmente lesivos a nivel moral, especialmente cuando implican una transgresión cometida por uno mismo, va seguida de sentimientos prolongados”, señala Savas. Como consecuencia, muchos soldados se retraen socialmente, un factor bien conocido de riesgo de suicidio.

Esta fractura quedó expuesta de forma especialmente gráfica durante una reciente sesión en el parlamento israelí o Knesset. Soldados israelíes depositaron sobre una mesa montones de medicamentos psiquiátricos, incluidos opioides, y pronunciaron una frase difícil de ignorar: “Estamos enfermos mentalmente y nuestros amigos se están suicidando”.

En paralelo, las reacciones en redes sociales fueron implacables. “Masacrar la inocencia pasa factura a la mente humana”, escribió un usuario. Otro fue aún más directo: “Bombardear bebés es malo para la salud”.

En efecto, muchos soldados entraron en Gaza convencidos de su papel. Sin embargo, algunos regresaron incapaces de convivir con lo que vieron o con lo que hicieron. La esposa de uno de los soldados que murió por suicidio lo resumió con crudeza: “Estaba muerto mucho antes de morir. Su alma murió en Gaza”.

Imágenes del brutal genocidio israelí sobre Gaza.

La mente se quiebra bajo el peso de lo que ha hecho.

Según los expertos, la lesión moral que está detrás de estos suicidios difiere del trastorno de estrés postraumático clásico. No se manifiesta únicamente en forma de recuerdos intrusivos o hipervigilancia, sino que emerge como una vergüenza profunda, culpa persistente y repulsión hacia uno mismo.

Cuando un soldado comprende que participó, facilitó o fue testigo de actos que chocan frontalmente con los valores que creía tener, se produce un conflicto interno devastador. Para muchos, Gaza fue precisamente el escenario de ese choque.

“Las personas experimentan una tensión extrema entre verse a sí mismas como ‘buenas’ y reconocer su participación o complicidad en el daño”, explica Ayse Sena Sezgin, profesora del Departamento de Psicología de la Universidad de Marmara. En ese proceso, entran en juego la disonancia cognitiva, el aislamiento moral, los trastornos del sueño, la ansiedad, las adicciones, la ideación suicida y una crisis existencial profunda.

Tras participar directamente en la violencia, muchos soldados quedan atrapados entre dos opciones igualmente insoportables: atribuir la responsabilidad a quienes dieron las órdenes o asumirla ellos mismos. Según Sezgin, ese dilema genera una culpa intensa, acompañada de vergüenza y remordimiento, lo que dificulta aún más pedir ayuda.

Por su parte, Savas subraya que este colapso es una consecuencia psicológica previsible de participar en atrocidades. Al formar parte de un genocidio y matar civiles, explica, los soldados se enfrentan tanto al trauma directo como al trauma de presenciar el sufrimiento ajeno. Ese impacto, añade, predice niveles prolongados de estrés, síntomas posteriores de estrés postraumático y una autoimagen dañada por la culpa y la lesión moral.

Así ha quedado Gaza tras dos años de brutal ofensiva israelí.

Los testimonios desde el terreno refuerzan este diagnóstico. Un soldado relató haber entrado en una casa destruida y haber visto los cuerpos de dos niños. “No había terroristas allí. Supe que todo recaía sobre mí, que yo había hecho eso. Quise vomitar”, contó.

Los especialistas coinciden en que matar, especialmente a civiles, es uno de los factores que más incrementa el riesgo de suicidio entre soldados. Y cuando esa violencia es masiva, sostenida y forma parte de un genocidio, la lesión moral se vuelve aún más profunda.

A ello se suma, además, la negación social. Muchos soldados aseguran que, al regresar, se les exige negar lo que vieron. Narrativas como “Pallywood”, promovidas por sectores sionistas, sugieren que el sufrimiento palestino es una escenificación. Para quienes estuvieron allí, esta negación abre una herida mayor: regresan sabiendo lo que hicieron y se encuentran con una sociedad que insiste en que no ocurrió. Así, la vergüenza, sin salida, se vuelve hacia dentro.

Un estudio reciente sobre veteranos israelíes licenciados muestra que la exposición a eventos moralmente lesivos, especialmente cuando el acto fue cometido por el propio soldado, predice culpa relacionada con el trauma y un mayor riesgo de suicidio durante el primer año tras la desmovilización. En palabras de Savas, la culpa y la vergüenza generan disonancia cognitiva, un malestar profundo cuando las acciones contradicen los valores. Esa disonancia, concluye, conduce a la lesión moral y al dolor moral, ambos factores de riesgo de suicidio.

La próxima generación tampoco quedará intacta

Mientras tanto, el ejército israelí sigue proyectando una imagen de control. Habla de nuevas clínicas, cientos de oficiales de salud mental, programas de prevención del suicidio y líneas de ayuda. Sin embargo, nada de eso altera una realidad esencial: el colapso psicológico no puede resolverse mientras los soldados sigan siendo enviados a ejercer la misma violencia.

En ese sentido, el diputado Ofer Cassif calificó la situación como una “epidemia de suicidios” que sería inevitable incluso tras el fin de la ofensiva. 

A largo plazo, advierte Sezgin, las consecuencias irán mucho más allá del ámbito militar. Culpa, vergüenza y trauma no resueltos acabarán influyendo en los relatos sociales, las estructuras familiares, la educación y la política. “Sin rendición de cuentas”, sostiene, “no será posible restaurar la paz social ni la confianza, ni recuperar el bienestar psicológico individual”.

Entre enero de 2024 y julio de 2025, al menos 279 soldados intentaron quitarse la vida.

Por último, Savas recuerda que, a diferencia de las heridas físicas, la lesión moral no desaparece con el tiempo. El trauma se transmite también al entorno cercano. De hecho, los estudios sobre estrés postraumático e intergeneracionalidad muestran que los hijos de personas traumatizadas presentan mayores niveles de angustia y síntomas traumáticos.

Así, los efectos van mucho más allá de los propios soldados. Israel se encamina hacia una generación marcada por personas que regresaron a casa físicamente intactas, pero emocionalmente vaciadas por lo que hicieron. En contextos como este, concluye Sezgin, toda la sociedad puede verse afectada por un aumento del trauma, la depresión, la ansiedad, el consumo de sustancias y el riesgo de suicidio, con consecuencias directas sobre el tejido social.

En definitiva, lo que hoy se manifiesta dentro del ejército israelí es el coste psicológico de una ofensiva construida sobre el sufrimiento masivo de la población civil. Para miles de soldados, el colapso ya ha comenzado y los acompañará mucho después de que termine la brutal ofensiva.


TRT


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